mayo 26, 2019
Lee la primera parte de mi experiencia Vipassana en India haciendo click acá.
Cada tarde a las 6 en punto y durante una hora y media, escuchábamos los discursos de Goenka, que era algo así como la clase teórica. Hablaba sobre las enseñanzas de Buda, filosofía, religión y sobre la vida. Obviamente era mi parte preferida del día porque solo había que sentarse a escuchar y aprender, después de todo, lo budista no me quita lo vaga.
Pero la tarde del día 4 fue especial. Ese día en vez de discurso, Goenka nos dio las instrucciones para practicar por fin la técnica Vipassana.
Nos pidió por primera vez que hagamos el mayor esfuerzo por mantenernos en la misma posición durante una hora completa, porque ahora íbamos a mover el foco de atención del triángulo entre la nariz y boca, hacia todo el cuerpo.
Desde la cima de la cabeza, hasta la punta de los pies, teníamos que prestar atención a las sensaciones de cada rincón del cuerpo, de arriba hacia abajo, y de abajo hacia arriba. Picazón, ardor, frío, calor, dolor, pero lo más importante de todo: no reaccionar a ninguna de ellas, sean agradables o desagradables. Después de varios días de practicar Anapana, la mente estaba agudizada y era sencillo reconocerlas.
Acá la historia se empezó a complicar, pero eso lo hizo muchísimo más interesante para esta amante de los desafíos.
Si hacés la prueba te vas a dar cuenta que, en general, uno puede estar sentado en la misma posición sin moverse en absoluto, quizás una media hora. Pasado este tiempo empiezan a surgir dolores, calambres, y eso me empezó a pasar a mí, y luego también supe que a todas. Pero atado a esto viene justamente la enseñanza del Vipassana.
Vipassana es ver la realidad tal como es, observar.
Y a través de esta experiencia corporal de auto-observación, empezamos a entender la naturaleza cambiante del cuerpo y la mente. Según las enseñanzas de Goenka (¿o debería decir Buda, no?), toda sensación surge y desaparece. Todo es impermanente, esa es la ley del Dhamma, la ley de la naturaleza. Por lo tanto, si mantenemos la mente ecuánime y no reaccionamos con aversión hacia las sensaciones desagradables, ni con deseo hacia las sensaciones placenteras, lograremos controlar nuestra mente, purificarla y así alejarnos del sufrimiento (dukkha) para vivir una vida más armoniosa.
No voy a decirles que no me costó hacerlo porque sería mentira y me llevó bastantes días de frustraciones y de mucho trabajo con paciencia y persistencia. Pero una vez que empezaba a sentir dolores o molestias y tenía ganas de moverme, lo que debía hacer era observar, fuera de mi propio cuerpo, fuera de mí. Observar el dolor o la sensación que me aquejaba. Con el correr de los minutos, ésta se disolvía.
A partir del quinto día, tres veces al día, durante una hora, teníamos una sentada general en el Dhamma Hall donde debíamos practicar Vipassana y mantenernos sí o sí en la misma posición los 60 minutos (a parte del resto de horas de meditación como veníamos haciendo). Muchas de las chicas empezaban a pedir respaldos de ayuda, algunas señoras solicitaron sillas, y de a poco otras fueron abandonando el curso.
Yo tenía un problema en particular: se me acalambraba la pierna derecha completa de tal manera que dejaba de sentirla y me causaba un dolor que no podía soportar. Antes de llegar a la hora, tenía que moverla. Ya había tenido problemas con esa pierna en otro momento de mi vida cuando entrenaba, y me empezó a dar miedo que sea algo grave y que si intentaba “no reaccionar”, pudiera ser contraproducente para mi salud. Era un miedo fundado en la ignorancia, pero esto no me dejaba avanzar y otra vez me volvieron a surgir las ganas de irme. El esfuerzo físico y mental que requería cada una de esas horas de sentada, te dejaba sin energía, con el cuerpo tenso y dolorido. Volvía a la pequeña habitación de noche, en soledad, y en completo silencio, a intentar dormir mientras pensaba que quizás nunca lo lograría.
Pero el séptimo día tuve una idea.
Estaba segura que si esa pierna no se me acalambraba, iba a poder “barrer” la energía por todo el cuerpo e intentar no reaccionar a dolores normales. Me acosté esa noche dispuesta a que a la mañana siguiente en la primera sentada del día, lograría mi primera hora de Vipassana completa.
Quince minutos antes de empezar la sentada de las 8 de la mañana del octavo día, decidí hacer elongación para que se me despertara el cuerpo y estuviera más flojo. Me sentía Maradona antes de jugar un mundial, hacía repiqueteo con los pies y me decía a mi misma “¡vamos! ¡hoy lo lográs!” (true story).
Acomodé mi zafu de otra manera y pedí dos almohadoncitos pequeños para ponerme debajo de cada uno de los muslos y hacer que me quedara el tronco un poco mas elevado que las rodillas. Cerré los ojos, erguí la espalda, hice unos minutos de Anapana para concentrarme y empecé entonces a observar cada centímetro de mi cuerpo, de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba.
Pasaron 30 minutos y mi pierna no se acalambró. Pude empezar a sentir cómo una energía me recorría el cuerpo a medida que lo iba observando. Por momentos se sentía muy bien, pero sabía que no debía generar deseo hacia esa sensación, porque en cualquier momento algo empezaría a molestarme de nuevo, y así fue. Pero esta vez, cada sensación desagradable que aparecía, fue una oportunidad para aprender a no reaccionar, a mantenerme ecuánime y no volver a generar sankharas que condicionen mi mente.
Mantuve la atención plena, haciendo una correcta comprensión (panna), y una correcta concentración (samadhi), para entender e internalizar la impermanencia (anicca), y así liberarme de las pasiones sensuales y materiales, del deseo, de la ignorancia y del ego. Sin darme cuenta, empezó a sonar el canto de Goenka que marcaba el final de la sentada de 60 minutos. Abrí los ojos y sentí que mi cuerpo flotaba, que mi mente había tomado vida propia, que me elevaba. Todo estaba en completo silencio y en paz, tanto afuera como adentro.
A partir de ese día ya no sentí tensiones o dolores en el cuerpo sino todo lo contrario. Iba liviana. Me sumé al loquero de la plaza de zombies de espaldas erguidas y paso lento. Observaba mi cuerpo en todo momento, caminando, acostada, comiendo, meditando.
Hasta el final del curso solo logré mantenerme ecuánime una o dos veces más, el resto de las sentadas llegaba hasta los 40 o 50 minutos. Pero ya no me frustraba, ya no sentía aversión ni avidez, no juzgaba ni analizaba, no intentaba controlar la situación o cambiarla, gracias a la compresión de anicca, simplemente la aceptaba. Aceptaba la realidad tal y como es.
El noveno día avancé todavía un poco más en Vipassana. No sólo mi cuerpo y mi mente se mantuvieron ecuánimes, sintiendo el flujo constante de sensaciones sutiles, sino que logré llegar a un estado de disolución total de la estructura física. Mi cuerpo era sólo vibraciones y mi mente era conciencia pura. No había nada, no escuchaba nada, no era yo misma, no era un cuerpo, era simplemente una conciencia vibrando, intento ponerlo en palabras pero la experiencia es indescriptible. Otra vez pasó el tiempo sin que me diera cuenta, abrí los ojos muy lentamente y fue como haber vuelto de un viaje a otro planeta. Creo que desde ese día nada en mí volvió a ser igual.
Nunca fui budista, nunca me instruí sobre budismo, y tampoco creo ser budista ahora. No creo que haya que levantar monumentos a Buda por todo el planeta, ni internarse en un monasterio por el resto de la vida. Pero sí puedo decir, que gracias a la técnica que transmitió Buda, trascendí el campo del cuerpo y de la mente, algo que es eterno y cuya enseñanza y aplicación en la vida cotidiana me cambió mucho y para bien.
Entender el budismo intelectualmente no sirve de nada. La enseñanza budista se basa en la experiencia directa real, corporal, de la compresión de la verdad. No llama a la imaginación, ni a la autosugestión, ni al rezo hacia deidades superiores. La enseñanza de Buda consiste en ir de una realidad aparente hacia una realidad sutil, con la ayuda de Vipassana.
El último día terminó el silencio noble, pero yo ya no quería ni hablar. De hecho casi no tenía voz. Había llegado a un nivel tan sutil de paz interior del que no quería salir. Pero que habíamos aprendido todos estos días sino justamente a no sentir apego o avidez hacia estas sensaciones. Entendía perfectamente que esa paz también era impermanente, que así debía ser y que estaba bien.
El miércoles 17 por la tarde nos devolvieron nuestras cosas. Prendí el celular y miré algunas fotos. No las reconocía, me sentía ajena, pero veía todo hermoso y nuevo. Tenía la cabeza reseteada de verdad.
Dormí con una sonrisa y al día siguiente me despedí de mi habitación con un poco de nostalgia, pero feliz de haber superado este difícil curso, de haber vivido una de las experiencias más transformadoras de mi vida y de saber que afuera me esperaba el verdadero aprendizaje: aplicar este nuevo paradigma de “iluminación” a la vida real.
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Wooooooow hermoso. Ahora quiero volver a ver las fotos del lugar.
Gracias! Fue una hermosa experiencia. En las stories destacadas está todo 🙂
Sofi q profunda experiencia! Me preguntaba cómo vuelve uno a la rutina después de eso, y sobre el final lo explicas.. todo es impermanente. Ahora con el conocimiento, podés volver a ese estado las veces q quieras practicando la técnica, no? Que lindo leerte como siempre! 😘
Gracias Andre!! Es super difícil volver a ese estado en la vida real jaja pero intento poner en práctica las enseñanzas y sirven mucho para estar en armonía y en paz 🙂